11 enero 2007

Quatrième Monde: Pero el amor, esa palabra....

... Algunas veces acudían a él jóvenes estudiantes o aventureros bisoños a pedirle alguna clase de consejo. El conde acostumbraba a recibirlos en la intimidad de su estudio. Allí tenía un espejo azul, en cuya luna podía ver el pasado y el porvenir. Una noche, el príncipe Giuliano de Médicis le dijo con amargura:
-Los hombres más sabios que conozco describen el mundo como si no tuviera sentido. Ninguna conducta parece suficientemente ventajosa, todo es pasajero y banal. Lo que más nos entusiasma es prolegímeno de la desilución. Se me ha enseñado que los reyes caen, que la ciencia nunca contesta la última pregunta y que las riquezas oprimen a quien las posee. Por qué la inteligencia nos aleja de la esperanza? Es que no hay en la vida algo que merezca la pena? Es que no hay una gloria cuyo precio n parezca finalmente abusivo? Quiero apostar, conde Soderini. tengo dinero, poder, fuerza y juventud. Dígame por favor en qué debo gastar esta fortuna. Dígame cuál entre las cosas de este mundo es la más valiosa.
-El amor -dijo el conde-. Sólo existe el amor. Las otras cosas nobles apenas sirven para dignificrlo. El amor es el que impulsa al artista a buscar los lenguajes que expresan la belleza. El amor impulsa al héroe a retemplarse en el riesgo. Y el amor es la explicación de todos los mistrios. Es allí Giuliano, donde debemos gastar nuestros escudos y nuestros años. Algunos hombres jamás lo encuentran. Para otros es apenas una estrella fugaz que ilumina un año, un mes, una semana o un día de sus vidas. Pero ese destello efímero da significado a la existenciatoda. Bienaventurado el que pueda sentir en su carne y en su espíritu el fuego de esa chispa.
-Usted lo ha sentido? -preguntó Giuliano.
El conde miró el fondo del espejo y vió los ojos de Lucía, la inconstante Lucía. Vió también su abandono una tarde de primavera, a orillas del Arno. Después, entre reflejos azulados, se dibujó la indiferencia de la hermosa ante las magias, los poemas y la música. Finalmente, Soderini alcanzó a percibir, perturbado por el prisma de sus lágrimas, el desprecio irremediable, la humillación, el insulto y los pasos de ella acompañando a su marido, un mercader de Volterra. Entonces con voz firme contestó:
-Si, lo he sentido. Por fortuna.

No hay comentarios: