30 noviembre 2011

6 meses


A ti que recién llegas y abres por primera vez los ojos iluminando el mundo con tu mirada. Pequeño y frágil, único como la estrella helada que mece este viento de otoño. A ti que eres recibido con celebración y maravilla, congelando el suspiro mientras tu breve cuerpo apenas llena nuestro abrazo.
Ya lo dije antes pero te lo repito, eres un recién llegado y yo ya soy tu aprendiz. No te recibe el mundo en su mejor momento, aunque tampoco sabría decirte cual fue el mejor. Pero tú, como la llama de un candil temblando entre la niebla, alumbrarás estos días inciertos y harás que el futuro florezca como lo hace el jazmín de mi patio, renovado y fuerte, empeñado en trepar por la vida como la sonrisa ante tu recuerdo.
Somos otros porque has llegado. Y el día que naciste, el otoño nos regaló un sol de primavera. Luego, mientras dormías y soñabas, llovió. Y en aquella lluvia se vertían las lágrimas de todos los que como tú nacieron para dar sentido a estos días borrosos de crisis y lucha.
La edad nos revela los fracasos y los achaques. Pero también verás, pequeño, que el amor es capaz de rescatarnos del naufragio para enseñarnos que lo mejor está por venir. Robinson, tarde o temprano, descubre unas huellas en la playa y la mirada se vuelve más luminosa.
Bueno, simplemente quería darte la bienvenida y decirte que, al llegar tú, llegaron los refuerzos y sé que las cosas van a ir mejor, que los días y las sonrisas han de ser más radiantes porque tú habitas este planeta, disparatado y maravilloso.