Vio a la multitud, y pensó en las olas que se movían a través de ella, rompiéndose en una blanca espuma que la tragaba completamente.
Las pequeñas figuras captaban débilmente los bordes de las olas como paradojas, enigmas, y oían el tictaquear del tiempo sin saber lo que sentían, y se aferraban a sus ilusiones lineales de pasado y futuro, de progresión, desde la apertura de sus nacimientos hasta la inevitabilidad de sus muertes.
Las palabras se aferraron a su garganta. Siguió adelante.
Y pensó en Markham y en su madre y en toda aquella incontable gente, sin soltar nunca sus esperanzas, y en su extraño sentido humano, su ultima ilusión, de que no importaba el cómo los días avanzaran a través de ellos:
siempre quedaba el pulsar de las cosas por venir, la sensación de que incluso ahora aún quedaba tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario